gurí




Antes de que se fuera para siempre, su madre, desde la puerta, sosteniendo un helado de palito, que chorreaba, frutilla líquida, le dijo: Un buen amor vive en estado de necesidad.

Los gurises de la plaza de Lavalleja comentaban que estaba engualichado por una noviecita. Su abuela le dio un beso en la frente y le hizo la señal de la cruz.

A fines de junio, le fueron incautados varios objetos:
tres garrafas de tres kilos, un farol, un cargador
de celular, varias prendas de vestir y ropa
de cama, a pesar de que nadie
los había denunciado.

Serían ofrendas para el 2 de febrero, el día de Ienmanjá.

La noche del robo fue a la playa a mirar el eclipse y rezarle a la Donha Janaína. Cuando la Tierra se estacionara entre el Sol y la luna, pasaría de color hueso a color sangre.

La chica del tiempo lo había anunciado: las fases iniciales –penumbral  y parcial- de la luna roja, asomarían a las 6.15 am en Montevideo, horario de verano, y 5.15 am, en Buenos Aires. Europa no vería nada porque en sus coordenadas se genera un cono de sombra. Esto lo puso contento y encendió una tuca diminuta que guardaba en el bolsillo de la camisa. Las estrellas estaban que explotaban.

Sentado en un médano, con mucha oscuridad abrazándolo, recordó la frase de Mateo: la música es Alquimia. Y sus manos comenzaron a buscar en sus muslos un ritmo, como un rezo, pequeños golpecitos sincronizados, rasteaban a un ritmo que se bailara, chocando sus palma con la piel fría, compuso un ritmo
como un rezo que se bailara en la luna.

La separación es todo lo que se necesita para conocer el infierno, había escuchado decir a unos viejos en la esquina de Paullier y Castro Barro. La luna fracturada y rojiza le hizo pensar en ese infierno.

Después bostezó con frío y el viento le arrimó una hoja de diario para taparse. No leyó por falta de luz,
pero el titular decía:

Peruanas matan a abuelos
de amor. 

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