La isla

Hombres que se desparraman, hay gritos de mujeres en sus ojos. El patio es una gran aldea de agua, cada gota revienta el límite. Los uniformes tiran en los hombros, en las espaldas secuestradas. El cinto y la chapa identifica al héroe. Cuerpo a cuerpo como engranajes, marchan. Hace meses que el mundo se traga sin respirar. Cada cuento se guarda en los ojos, la historia se archiva según cada uno. Esta mañana, el cielo se despertó más natal que nunca: las nubes en delta, ellos agradecen esa calma eventual. A veces, piensan que solo el dolor los mantiene vivos. A otros los anestesia, dicen. En sus corazones hay un leño húmedo, incapaz de enfurecerse. Eso es lo que más los lastima. El no poder ser hoguera. Nadie celebra los crímenes, las versiones moran oscuras en sus cabezas. La noche limpia, trae nueva esperanza. Y ya es hoy, otra vez. La medianera baja y empolvada del patio es el único horizonte. El perfil del compañero en línea emana calor y miedo, una vez más. Pero algo es diferente: puntos negros y rojos en la lejanía, apenas creciendo sobre el agua. El aire ya no huele a pólvora. Una mirada se afloja y en dominó, el resto. Una posible señal alumbra los rostros. Ya casi sale el sol, ahora todos aguardan deseosos, sin ánimo de amar. 

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