¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?
Tal vez, de lo frágiles que somos. Cuando decimos amor, nuestro bicho del caracol sale a la luz, se asoma eso blando y baboso que nos da vergüenza mostrar.
Sanateamos, chamuyamos, guitarreamos. Porque en el fondo, hablamos de algo que nunca terminamos de conocer. Esgrimamos con las palabras, nos volvemos espadachines del lenguaje. Quizás para acercarnos un poquito más a la cosa, para tocarlo. Intentamos pesarlo en la palma de nuestra mano, y así percibir más palpable el sentimiento... Si es que es un sentimiento, claro. Algunos dicen que es un acto de la voluntad, una energía, una meta, una escusa, un resultado, una casualidad... Otros dicen que es Dios.
Todos tenemos la palabra en nuestro vocabulario. Un mendigo, una anciana, un futbolista, una madre soltera, los borrachos y los directores de los colegios. Todos hablaron alguna vez de el amor. Después está la diferencia entre hablar de el amor y hablar de amor.
En definitiva, cuando hablamos del amor o de amor, hablamos de personas. Porque para amar tiene que haber, aunque sea, una parte humana. Se puede amar a un animal o a un objeto, pero siempre hay una persona que ama a. Por eso, hablamos de lo nuestro. De lo más humano, aunque a veces parezca divino.
Hablamos de instantes fugaces que casi no existieron. Hablamos de fuego en el esternón, de unas ganas locas de correr, saltar y gritar. Hablamos de celos, de extrañar, de besar, de pensar, de no tener y tener, de tiempo, de espacio, de color, de un par de ojos, de manos, de sombra, de miedo, de vos.
Voy a seguir escribiendo acá, por el momento freno. Aunque cada vez que viajo en colectivo, camino por la calle, entro en un supermercado o en un café, miro a los ojos a las personas y me hago esta pregunta. ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?
Tal vez, de lo frágiles que somos. Cuando decimos amor, nuestro bicho del caracol sale a la luz, se asoma eso blando y baboso que nos da vergüenza mostrar.
Sanateamos, chamuyamos, guitarreamos. Porque en el fondo, hablamos de algo que nunca terminamos de conocer. Esgrimamos con las palabras, nos volvemos espadachines del lenguaje. Quizás para acercarnos un poquito más a la cosa, para tocarlo. Intentamos pesarlo en la palma de nuestra mano, y así percibir más palpable el sentimiento... Si es que es un sentimiento, claro. Algunos dicen que es un acto de la voluntad, una energía, una meta, una escusa, un resultado, una casualidad... Otros dicen que es Dios.
Todos tenemos la palabra en nuestro vocabulario. Un mendigo, una anciana, un futbolista, una madre soltera, los borrachos y los directores de los colegios. Todos hablaron alguna vez de el amor. Después está la diferencia entre hablar de el amor y hablar de amor.
En definitiva, cuando hablamos del amor o de amor, hablamos de personas. Porque para amar tiene que haber, aunque sea, una parte humana. Se puede amar a un animal o a un objeto, pero siempre hay una persona que ama a. Por eso, hablamos de lo nuestro. De lo más humano, aunque a veces parezca divino.
Hablamos de instantes fugaces que casi no existieron. Hablamos de fuego en el esternón, de unas ganas locas de correr, saltar y gritar. Hablamos de celos, de extrañar, de besar, de pensar, de no tener y tener, de tiempo, de espacio, de color, de un par de ojos, de manos, de sombra, de miedo, de vos.
Voy a seguir escribiendo acá, por el momento freno. Aunque cada vez que viajo en colectivo, camino por la calle, entro en un supermercado o en un café, miro a los ojos a las personas y me hago esta pregunta. ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?
Veo que Carver se metió en tu cabeza...
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