roadmovie

Era lo suficientemente tarde para improvisar maniobras
marcha atrás o buscar algún tipo de motel mental.
Tampoco estábamos de ánimo para frenar con cautela
 a la vera de la ruta y consultar un mapa hecho migas.
Soñolientos, queríamos llegar al centro del universo.
 ¿Era tan difícil? Deseábamos quemar la minivan frente
al verdadero ministerio del amor. Así y todo, nos entregamos
a la humedad oscura del túnel, la luz al final como única
salvación, como norte. Acaso hubiésemos preguntado
 a un nativo lunar, a un cara de gato, pero no. El precipio de la duda
era lindo en demasía y las decisiones tembleque en cada bifurcación
nos iban tallando con ternura. Nada de parquear la conciencia,
 atrás quedaban los huéspedes de la pena culposa.
Con sombrilla cerrada en el capó y un buen set de pelota inflable
 y paletas, ni los saltamontes galácticos, ni la lluvia de oro peruano
 podría contra nosotros. Somos un tipo y una tipa común, dijiste.
Tipos comunes que queremos acercarnos al coso de los dioses,
al templo de los cositos, dije silbando bajito. Mientras, en la estación
de servicio que habíamos pasado hace apenas tanto, una maestra
y dos carniceros discutían sobre las guerra veganas y la trilogía del brócolí,
 escrito con doble acento. Ya nada, ya todo. Nadie nos avisó
la cantidad de lavandina necesaria para vaciar de gérmenes un corazón.
No importa, pensamos telepaticamente en silencio. Tampoco fue necesario
 sacarse a Shakira de la asotea o baldear la lengua de tanta canción romántica
de radio. Ahora nos quedaría aguantar un tiempo, algo parecido
a recibir mil inyecciones de nada o estar echado por horas en el sillón del living

un domingo feriado, hasta que sea lunes.  

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