INTIMIDAD
La mujer que prepara mi capuchino en la cafetería—ojos oscuros, cabello rojo teñido,
cuello de tortuga negro y sin mangas—fue la amante del hombre con quien salgo ahora.
Ella no me conoce; somos extraños, y sin embargo no puedo mirarla
casualmente, como solía hacer antes de saberlo. Ella está junto a la máquina, hundiendo
la válvula
en la espuma de la leche, mirando al vacío—no sé qué es lo que piensa.
En lo que a mí respecta, ella bien podría estar recordando a mi amante, recordando lo
que sea que haya ocurrido
entre ellos—él nunca me ha dicho nada, excepto que no fue importante, y luego
cambia rápido de tema, demasiado rápido, ahora que lo pienso; ¿sería que él,
después de todo, había mentido?, ¿y no había cruzado brevemente por su cara una
expresión de
dolor? No puedo estar segura. De seguro no fue nada, me digo a mí misma;
no hay razón para sentirme incómoda aquí parada, o sentirme cómplice,
como si hubiera algo importante entre nosotras.
Ella podría estar pensando en cualquier cosa; pero, ¿por qué siento ahora la súbita
sospecha
de que ella sabe, de que ella me puede sentir mientras la estudio, mientras intento
imaginarlos juntos?—
su pintura de labios de un rojo oscuro, más oscuro que su cabello—mientras intento
verlo a él besándola, volteándola en la cama
en la forma en que le gusta tenerme. Me pregunto si tal vez
había cosas en ella que él prefería, cosas que él extraña ahora que estamos juntos;
a veces, cuando él y yo hacemos el amor, hay momentos
en los que me abruma la tristeza, y aunque estoy ahí con él no puedo dejar de pensar
en las manos de mi ex esposo, que me gustaban de un modo especial, y quisiera
regresar
a esa vieja intimidad, que a menudo se sentía como la más pura felicidad
que haya conocido, o que vaya a conocer. Pero todo eso ha acabado; y, además, ¿no
hubo otros amantes
que no dejaron rastros? Cuando los veo ahora apenas puedo recordar
cómo se veían desnudos, o cómo se sentía tenerlos
dentro de mí. Entonces, ¿qué es lo que siento mientras ella vierte el negro espresso
sobre la leche
y empuja la taza hacia mí, y yo le doy el dinero,
y nuestros ojos se encuentran por sólo un segundo, y nuestros dedos se tocan?
Kim Addonizio (Washington DC., EE.UU., 1954) Vive en California
Traducción de Gustavo Adolfo Chávez
La mujer que prepara mi capuchino en la cafetería—ojos oscuros, cabello rojo teñido,
cuello de tortuga negro y sin mangas—fue la amante del hombre con quien salgo ahora.
Ella no me conoce; somos extraños, y sin embargo no puedo mirarla
casualmente, como solía hacer antes de saberlo. Ella está junto a la máquina, hundiendo
la válvula
en la espuma de la leche, mirando al vacío—no sé qué es lo que piensa.
En lo que a mí respecta, ella bien podría estar recordando a mi amante, recordando lo
que sea que haya ocurrido
entre ellos—él nunca me ha dicho nada, excepto que no fue importante, y luego
cambia rápido de tema, demasiado rápido, ahora que lo pienso; ¿sería que él,
después de todo, había mentido?, ¿y no había cruzado brevemente por su cara una
expresión de
dolor? No puedo estar segura. De seguro no fue nada, me digo a mí misma;
no hay razón para sentirme incómoda aquí parada, o sentirme cómplice,
como si hubiera algo importante entre nosotras.
Ella podría estar pensando en cualquier cosa; pero, ¿por qué siento ahora la súbita
sospecha
de que ella sabe, de que ella me puede sentir mientras la estudio, mientras intento
imaginarlos juntos?—
su pintura de labios de un rojo oscuro, más oscuro que su cabello—mientras intento
verlo a él besándola, volteándola en la cama
en la forma en que le gusta tenerme. Me pregunto si tal vez
había cosas en ella que él prefería, cosas que él extraña ahora que estamos juntos;
a veces, cuando él y yo hacemos el amor, hay momentos
en los que me abruma la tristeza, y aunque estoy ahí con él no puedo dejar de pensar
en las manos de mi ex esposo, que me gustaban de un modo especial, y quisiera
regresar
a esa vieja intimidad, que a menudo se sentía como la más pura felicidad
que haya conocido, o que vaya a conocer. Pero todo eso ha acabado; y, además, ¿no
hubo otros amantes
que no dejaron rastros? Cuando los veo ahora apenas puedo recordar
cómo se veían desnudos, o cómo se sentía tenerlos
dentro de mí. Entonces, ¿qué es lo que siento mientras ella vierte el negro espresso
sobre la leche
y empuja la taza hacia mí, y yo le doy el dinero,
y nuestros ojos se encuentran por sólo un segundo, y nuestros dedos se tocan?
Kim Addonizio (Washington DC., EE.UU., 1954) Vive en California
Traducción de Gustavo Adolfo Chávez
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