dos
La presencia
Hay un pibe tomando café en la mesa frente a la mía.
Está solo y usa muletas. Y mira muy afuera
del marco de la ventana. Parece que quiere salir
con los ojos del bar. Finalmente, se está yendo.
Su café todavía humea y un rayo
de sol cae justo adentro del pocillo.
La imagen tiene aura y me hace pensar
que hasta que no retiren el platito con el café,
el pibe seguirá ahí presente.
La silla levemente corrida hacia atrás,
hace el espacio de su cuerpo,
el respaldo hundido aún lo contiene.
Mis ojos todavía lo miran en su lugar vacío.
El hombre que plancha
Hay un pibe tomando café en la mesa frente a la mía.
Está solo y usa muletas. Y mira muy afuera
del marco de la ventana. Parece que quiere salir
con los ojos del bar. Finalmente, se está yendo.
Su café todavía humea y un rayo
de sol cae justo adentro del pocillo.
La imagen tiene aura y me hace pensar
que hasta que no retiren el platito con el café,
el pibe seguirá ahí presente.
La silla levemente corrida hacia atrás,
hace el espacio de su cuerpo,
el respaldo hundido aún lo contiene.
Mis ojos todavía lo miran en su lugar vacío.
El hombre que plancha
Ahora pienso en el señor de la tintorería.
Hundido en una cueva de ropa abollada.
Su trabajo es estirar. Planchar lo que el uso arrugó.
Hacer las cosas nuevas.
En la tintorería casi no hay luz y el señor
mira la calle parado trente al sarcófago
que hecha vapor para todos lados.
Y mata arrugas. Mejor dicho
los pliegues hechos cadáver quedan ahí.
El señor es el único que lo sabe.
Por eso su cara está arrugada y su mirada fruncida.
De tanto planchar parece que algo
se arruga adentro suyo.
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