Sea odi

Te comiste las vacas de Helios, el Sol, hijo de Hiperión;
Hay un vértigo natural en eso, como cruzar las vías del San Martín
a las 4 de la mañana. O darse cuerda, digo cuenta de que 
lo que cuesta del amor es que tiene a otro
involucrado. Mientras tanto, todos perecen por sus propias
locuras. Es como un caminar rodeando una gran montaña con
el amante –el extraño que trae el caos-. Este permanentemente
nos lleva contra la cornisa, nos hace ver
el precipicio y padecer en el ánimo
gran número de trabajos. Tironea, saca de eje,
hace zigzaguear. ¡Oh, diosa, hija de Zeus! 
Sería un posible
grito. Así es amar alguien. No voy
a decir lo bueno de dejarse sarandear,
porque no lo sé todavía.
Otra vez pienso en destruir el sacro barrio Rawson
en Agronomía, como si fuera la mismisima Troya;
ya sé, es tu Ítaca, pero a mí no me parece
tan insensato. Lo lo pienso todos los días.
Necesito entrar en un abrazo extraño.
O que me cuenten una historia, aunque no sea más que una parte de
tal cosa. Por ejemplo, cuál es la edad en que los hombres y
las mujeres se transforman en sus padres o
como se ve el queso roquefort en una radiografía
o qué queda cuando ya vertimos todo el contenido
de una botella desde la proa del Titanic...
Una historia de consecuencias visibles.
Porque los peores miedo siempre están en la
anticipación. Lo digo después de quince 
días de vagar errante, llena de vapores
y besos subastados. Lo digo, porque yo misma
lo divisé en la playa:
era un oragután surcoreano con el caos desgranándose
en los ojos, la voz llena de arpegios y la boca
más sonreidora que vi en mi vida.
“Si no hay acto de creación, no hay amor”,
me dijo con palabras quietas. Recién ahí
emprendí la vuelta a mi Ítaca en Villa del Parque.
Tomé el 110 hermosamente y empecé a saborear
el té frío que me prepararía al llegar a casa:
lo que está frío y fue caliente podría reconfortarme
de tantas epifanía surcoreanas. La cosa es que
decidí dormir durante el viaje en bondi, para dejar
de ser yo por un rato. Pero imposible pretender
escapar de tal Odisea. No todos los días se conoce
a un orangután surcoreano con capacidad de ternura infinita.




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