Los extorsionadores
A veces siento que las nubes pasan demasiado rápido; apuradas, contra reloj, sin saber bien a donde van. Creo que yo sé a dónde van, pero ellas no. Me gustaría decírselo. Contarles -al menos susurrarles- el rumbo exacto al que están predestinadas. Estoy segura que yo lo sé y ellas no, repito. Pero me es difícil comunicarme con ella. No hace falta aclarar que no hablamos el mismo idioma, pero por momentos, en sus miradas… Sus miradas me atormentan. Ojo, no tiene nada que ver las tormentas, es algo de su temperamento. Algo que vas más allá de un fenómeno climatológico, algo, más bien, ligado al carácter. Ya que tienen, decididamente, un carácter atroz. Se esconden en la masa gaseosa, pero cada una de ellas podría compararse con uno de los cabellos de una medusa: caprichoso, obstinado, pero domable como un gatito siamés. Y sin embargo, son sus miradas las que encierran todo su señorío; porque claro está que ninguna de ellas físicamente puede dañarme.
Que fácil sería soplarles su camino. Pero el punto está en que yo también soy compleja y vanidosa: No pienso perder una sola gota, por infinitesimal que sea, de poder. Del poder que me da saber algo que ellas ignoran por completo. Sin embargo, soy vulnerable a sus miradas… Que por momentos, son una. Dos ojos gigantes y agudos, capaces de lacerar el coraje del héroe más heroico. Me derriten por completo, me hacen salvia… Y tiemblo. Mi cuerpo tiembla de espanto. Es como si mis entrañas quisieran gritárselo. Traicioneras, inmundas, mercenarias. No voy a hablar. Ya lo decidí, no pienso hablar. Mis músculos se tensan al punto de intentar inmovilizar mi cerebro. Pero mis neuronas son más fuertes y triunfan.
Las nubes ahora mandan extorsionadores. Si, se piensan que así voy a desistir. No les va ser tan fácil. Así como los siento exhalando detrás de mí, los ignoro por completo. Les hago el infantil juego de “no te escucho soy de palo tengo orejas de pescado”. Pero ellos arremeten con furia. Osan rozarme, me acarician los hombros desnudos, examinan mi carne y se sumergen hasta mis huesos con el afán de ablandar o tal vez, erizar mis nervios…
Es ahí cuando me volteo. No busco verlos, simplemente olfatearlos. Es su aroma el que me atrae, me provoca. Sí, soy débil. O quizás no. Pero ese misterio me cautiva. Quiero enfrentarlos pero no para combatirlos, sino para que se pasen de mi lado. Que estén al lado mío, cerca, ese es mi mayor anhelo. Quiero que sean más que mis aliados o mis extorsionadores. Busco otra clase de relación. Algo más intimo. Por momentos siento que ellos también se reúsan a dañarme. No les causo lástima, estoy segura. Pero, cómo hablarles, si las palabras se esfuman en el aire. Cómo tocarlos si son inmateriales. Me tortura la idea de corporizarlos, ya que perderían todo su encanto. Me gustan así: inexistentes y a la vez tan vivos como renacuajos. Quisiera poder olvidar aquel altercado con las nubes y fugarme con ellos. ¿Cabremos juntos en la nada?
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