El hombre túnel

El hombre túnel me da miedo. No quiero ni asomarme. Soltarme significaría caer en un abismo. [Un amor sin arneses]. Cada palabra que se escapa de entre mis labios es un peñasco que se desprende del precipicio. No veo que hay en el fondo, eso altera. La ansiedad de no saber si es la entrada o la salida. La dicha o la muerte. El comienzo o el fin. Y este dualismo de mierda que no puedo borrar de mi adn. Qué bronca me da.
El hombre túnel es un enigma. Una ecuación sin solución. O quizás, con una solución metafísica. Esas que sólo los genios pueden decifrar. Y como en esta materia no soy siquiera principiante, me doy por vencida fácilmente. [Qué entusiasmo tengo hoy!] No se porque perdí tanto las esperanzas. Siento que este asunto tiene altas probabilidades de ser un dejavú y carezco de energías para vivirlo de nuevo [¿para qué las tendré?] Se hacer sólo dos jugadas de ajedrez. Y una es el jaque mate. Por comodidad o por pánico, siempre opto por esa. Y sigo parada en el mismo casillero que por momento se vuelve infinito, y me hace sentir que avanzo -ilusa-, y por momentos se vuelve tremendamente narrow y me asfixia. Qué curioso esto de las percepciones. Son mil ojos en una mirada. O mil miradas en un solo par de ojos que en definitiva no ven absolutamente nada. O ven nada. Creo que esa me gustó un poco más. Los nada lo son todo, dice Aduríz. Hoy lo siento más que nunca. Estamos rodeados de nadas y nadies. Hablamos sobre nada, vivimos en la nada. Me conformo con un alguien. Unito, uno solo. No es mucho. Alguien con quien pueda hablar sobre algo. Parada en un lugar conocido. Bajo un sol que me alumbró alguna vez o una luna que fue testigo de alguna de mis ocurrencias -que no son muchas. Al fin y al cabo -que horroroso como caigo en estos clichés, pero hoy no estoy de humor para autocorregirme-, los animales que para muchos son nadies, tienen una mirada más pura y llena de identidad que muchos humanos. Tal vez, el vivir instintivamente atentos sólo a sus necesidades más vitales los mantiene enraizados en su esencia. No se defraudan a sí mismos, no tienen traumas, espectativas, no se mienten... Eso creo. No quiero ser simplista, en absoluto, pero creo que a veces nos -o me- falta ese no se qué que tienen ellos. Esa ingenuidad, esa primera vez, esa capacidad de sorpresa que vuelve lo más insignificante asombroso.
Y mi hombre túnel, ¿Dónde quedó? ¿Dónde quedaste? Allá por las inmensidades de la noche, a la vuelta de una rotonda cuadrada, o en el fondo de una maceta sin tierra pero que alberga a un clavel del aire. Qué maravillosos que son los claveles del aire. Viven aferrado a la nada, a la vida. Mi ahijada dicen que son "pistas de duendes", me parece una brillante explicación. Es más, la oficializaría. La idea de misterio, de algo por descubrir me vuelve loca. Quizás son las pistas que me llevan a mi hombre túnel. Claro! Y yo buscándolo por los cajones de mi casa, por las paradas de colectivo, por las góndolas de los supermercados que venden ficciones deliciosas a los ojos pero amargas al corazón. Tengo que cambiarme estos anteojos que de sol y ponerme los que sirven para ver en la oscuridad. Mejor dicho, los que sirven para no ver. Porque, ¿qué es lo que tanto hay que ver? Un hombre. Un túnel. Y el tren sin última parada que está por arrancar.

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