Abrigo busca

Yo, a quien a veces llamo ella, porque a partir de ahora asisto a su reconociemiento, y que no es la otra porque ha sido escindida, sino que es la que convive, la que no se guarece, la que habla. Y ella, a quien no darè un nombre porque ya ha muerto, y es el ángel que habita detrás de todos los ojos que he visto.
  
El amor, siempre el amor, quiero que este sea un relato de amor para que lo lean las niñas, las joyas del alba, las niñas, las que un día serán abandonadas y las que un día serán abandonadoras. Las niñas a las que otras mujeres llamarán mujeres, para que sepan de dónde proviene esta pasión por descubrir, por colocar sobre la tierra la cara del ángel.
 
Es la huella del judío errante que pasa por debajo de la piel, todavía: abrigo busca.
Las que como ella viajan deslumbradas, son las más expuestas al dolor de abandonar: la partida es el signo predominante de sus vidas.
 
La veo pasar envuelta en eso que emana de sus ojos. Ella, la que busca sin cesar, ¿cómo vincularla al escándalo de un permanecer? Ama lo que por esencia es perecedero, vive a merced de su pérdida. Criatura condenada a la marginalidad por su condición de sola. Eso es lo que es. Y viaja con los ojos fijos en la herida que abrió su nacimiento. El amor es su éxtasis. Ama desmesuradamente. Pero lo que ama está en ella misma, de ahí su desesperación. Encuentra en otro cuerpo leve alivio para su sed. La rodea una espesa maraña de calles, ciudades, noches que abren bajo la concha de la noche sus bolsas llenas de aroma oscuro. Como el personaje del poema que leía Nadja, da vueltas alrededor del bosque, pero no puede entrar, no entra. Exige del bosque su condición de espacio abierto a lo maravilloso. En el umbral se ha dormido. Nadie podrá despertarla. Si un pedido de clemencia cabe en sus manos, una deliberada, inútil ironía desborda su mirada."

Ana Becciu, 'Ronda de Noche' (fragmento)

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