Radiotaxi Tiempo
No hay tiempo es mis bolsillos,
y solo quiero ir hasta vos.
Mis manos se soldaron a unos frenos oxidados; ahí estaban las manos de un hombre. Exhalé con resiliencia, como quien intenta vaciar una bañera con el grifo abierto. Resultó un anatema inoportuno: el aire que entró por la ventanilla y penetró de lleno en mi pulmón ahora huele a caricias ajenas.
Me bajé porque frené un taxi que no era el tuyo, pero al subir había pelos de tu barbilla sobre el asiento. La radio me aturdía. Zumbidos de una colmena productora de miel agria.
No hay tiempo en el asfalto, la aplanadora pública está arrasando furiosa con todos. Un gorrión voló altivo a mi lado, pensé que era Dios. Rastros de plumas y cielo poblaron el interior de mis costillas. Tato tenía razón. Fumar me está haciendo sacudir todo; una especie de obsesión por deshacerme de los cadáveres de ceniza.
Triste, mi pollera hoy no juega con el viento. Hace frio, mucho más, en las bocacalles desnudas. Un gajo de sol me homenajeó en esta baldosa, y en consecuencia, todas se volvieron maternalmente acogedoras por unos minutos. Timbres a la espera de un único dedo indiferente.
Ando buscando, aunque a veces me olvido, tu tacto soberano en la corteza de los arboles. Una vez lo hallé. Cables, macetas y aires acondicionados, todos muchos, tapan el cielo. Culpan a los viejos balcones que los sostienen. Hipócritas. Son ellos los verdaderos eclipses del sol.
Tanteé el filo del cordón para rajarme la cabeza. No sería una herida, más bien un drenaje, o algo así. Un poco de smog quizás me nuble una certeza trunca. Esa de saberme enamorada de un pedazo de ilusión.
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