Trueque de llaves
Un cuentazo de un librazo que estoy leyendo...
Luego me senté, cansado y satisfecho, en mi habitación ; bastante vacía de muebles, pero en caso de necesidad puedo utilizar la valija de la máquina de escribir como almohada y taparme con la puerta. Además, con menos aparatos se piensa mejor : mi ideal sería una habitación vacía sin puerta ; dos ventanas desnudas, sin cortinas, en las que se retuercen dos cruces endebles, invalorables para tipos de cielo como el de temprano a las cuatro ; o al anochecer, cuando delgadas lenguas viperinas color rojo sisean siguiendo al sol, ( mis dedos ya se doblaban en ese sentido ).
( Una cosa más para explicarme : vivo de los honorarios de mi máquina de escribir. Casi siempre, dulces insignificancias : colaboraciones para diarios ; conversaciones. En el Gran Brehm existe el término Menageriebild , unas diez especies animales que aparecen juntas y relajadas en medio de un paisaje paradisíaco : es así como compongo mis articulitos, ' De los sabios que tienen esposas malas '. A lo sumo, algún programa nocturno serio, ' Fouqué y sus contemporáneos '. ¡ No es una profesión agradable !) .
Así que sentarse, y observar con ojos abiertos los canteros de pensamientos. ( Adelante, delante de mí, se mueven las agujas del reloj ; soy anticuado y valoro los relojes toscos como tubérculos, en cápsulas para montañistas, pendiendo de una cadena de metal ) . La pared blanca, como siempre, me miraba con calma; con calma ; - calma. Con. - - ( Ese punto grueso y lustroso en la cerradura era el extremo de la vara de la llave ; muy lustroso. Tan lustroso que molestaba, en realidad ; decidí que al día siguiente lo cubriría con un círculo de papel ) .
Silencio. Lejos, en el campo, se oía el alboroto débil de un tractor. Una nariz tenía, como un ornitorrinco. Y la pared era paciente, como sólo una piedra ; de y a la piedra - pero había algo que no estaba bien. ¿ Yo fruncía la cara : ? : ¡ Ah ! ¡Ahí !
Con mucha suavidad, discernible sólo por el cambio en el brillo, giraba el punto gordo y reluciente de la cerradura. Giraba : ¡ y desaparecía !
Los cambios me entran cada vez más despacio. Suelo estar hundido hasta el pecho en la selva de los pensamientos y primero necesito hacer fuerza para salir, izarme hacia fuera con la ayuda de las manos - : ¡ y entonces la llave había desaparecido !
Salté hacia la puerta ; picaporteé y la atravesé de un tirón ; la cabeza hacia la derecha : ¡ nada ! ¿ La cabeza hacia la izquierda ? : ¡ ¿ no acababa de cerrarse allí la puerta de calle ? ! Di tres pasos ( mido un metro ochenta y cinco, tengo piernas largas ) - y alcancé a ver algo marrón que desaparecía por allá, entre los árboles frutales. Una mano superpoderosa me empujó : ¡detrás!
Cazar lo marrón : las ramas me dieron ración llena de sus habilidades como espadachines, Carte, Tierce, Indirecta de Segunda. Un sol amarillo y dudoso lo manchaba todo.
Precipitarse por tierras de labranza. Cien metros más tarde estábamos al borde de las rocas y mi presa marrón se arrojó de cabeza hacia los matorrales. Me desbarranqué por una pared ; se me ablandaron todas las articulaciones - diosmío, ¡ la velocidad seguía aumentando ! - rodé por regueros, quedé pegado al tronco de un pino ; y me levanté con los brazos extendidos : arriba resbalaba ; los arbustos golpeaban más salvajes ; me agaché y atrapé la gran pelota marrón con todo el cuerpo ; traía pegado el rostro de una muchacha de cabeza arenosa : nos sostuvimos así por un tiempo, y primero recuperamos la respiración.
Sentarse uno junto al otro. " Sí, la tengo " , admitió jadeando, sobre mi llave. El viento gimió una vez, sorprendido ; luego volvió la calma previa a la tormenta : altura mediana ; piernas delgadas ; rostro distraído. " Es que colecciono llaves - llaves famosas. De hombres de estado ; o profesores " . ( Entre medio, cada tanto, volvíamos a jadear, ? todos : juntos ' como dicen los españoles para coordinar una acción. ) " O de poetas ".
"¿ Usted dónde vive, en realidad ?" , se me ocurrió ; y ella señaló con la cabeza hacia la casita en la pendiente. Su tapado estaba tan raído como el mío y los zapatos, chuecos y gastados hasta haber perdido toda dignidad. " No lo creo; primero quiero verlo " . Caminamos en paz, uno junto al otro, hasta su vivienda : una habitación ; paredes blancas ; refugiada de Silesia.
Se movió incómoda entre los muebles pobres ; también trabó la puerta ; luego abrió un cajón : " Aquí " . Y, perturbado, vi los llaveros imponentes, en parte ya oxidados, cada uno con un cartelito escrito a mano : ? Llave del dormitorio de Greta Garbo '; ? la de Eisenhower ' ; ? Llave del estudio del Prof. Max Bense' . Su mano color marrón claro ahora sopesaba la mía ; titubeante, preguntó con la voz aguda y afónica de una bruja : " ¿ Puedo ? " .
Salir rápido. A escondidas, le pregunté a la granjera : "¿Quién es su inquilina en realidad? " . La gorda bruta asintió con toda su carne rojo-marmolada y rio : " Perdió todo en el Este, y se volvió críptica. No tiene a nadie ; es inofensiva. ¡ Pero hay que tener cuidado con las llaves ! ". - Volví a entrar, dudoso ; si hay una clase de personas que me atrae,son los coleccionistas : pasión y desconsideración ; dulzura y avaricia fatal.
Así que me acerqué a la marrón claro : la cabeza encajaba con mi pecho. Un nido de pelo grueso, en el que habría sido posible esconder diamantes ( ¡ y llaves ! ¡ En seguida se entusiasmó con la idea ! ) Comenzando los cuarenta : eso también iba bien. Nos miramos un rato.
" Bueno, puede quedarse con mi llave . . . ¡ si me da la suya! ". Ella levantó el rostro liso : " Ay " , dijo con inocencia, " es una cerradura de lo más común, no vale la pena " . Silencio. Respiré profundo, para que mis hombros se ensancharan en forma recomendable ( ? cazador furtivo en vestimenta color rojo-óxido ' , creo que decía antes ) : " No importa ; la quiero igual " , respondí en voz baja.
Primero miró la llave, luego a mí ; levantó la vista ; luego, de nuevo, hacia la llave sencilla. Un sonrojo lento y suave cubrió su cara. " Ah " , dijo, dudando. Miradas para uno y otro lado. " Pero si yo estoy loca " , objetó con debilidad. Rechacé brevemente con la cabeza ; además le prometí : " Yo consigo muchas llaves de poetas : ¡ los conozco a todos ! " .
Bajó la frente, entregada ; sus hombros aún dudaban un poco. Luego se balanceó lentamente hasta la puerta ; la quitó ; se me acercó. Con gesto avergonzado, clavó la llave en distintos lugares de mi abdomen ; primero pensativa ; luego, cada vez más radiante. Sus manos comenzaron a juguetear : pecho, hombros, más arriba, - ¡ cuello ! Yo también doblé los codos y apoyé las manos sobre sus omóplatos delgados.
" ¡ Ay, sí ! " , dijo más tranquila. Al trueque de llaves.
ARNO SCHMIDT
Es muy solitario ese lugar, junto al río Sarre. Abismos de paredes verticales formadas por piedra del triásico temprano ; unos gigantes rocosos, altos como casas, interrumpen el camino con su vestimenta color rojo-óxido de cazador furtivo, la enorme piedra movediza como cráneo ; ('hay montañas en las que dicen que viven personas con pies de cabra; y, si uno logra cruzarlas, otras que duermen durante seis meses' - siempre me gustó leer este tipo de pasajes en Heródoto.( Mi primera épica, Sataspes ) ).
Acababa de regresar de un paseo por el bosque al pueblito adormilado en el que vivía en esa época ; las habituales telas de araña invisibles se habían pegoteado a mi frente escasa cuando me agaché para avanzar por entre matas y arbustos. Arriba, a ambos lados de la ruta, se abalanzaban los sauces, cuchillas revueltas en las cabezas despeinadas ; el viento se agazapaba aquí y allá ; el clima parecía haber cambiado.Luego me senté, cansado y satisfecho, en mi habitación ; bastante vacía de muebles, pero en caso de necesidad puedo utilizar la valija de la máquina de escribir como almohada y taparme con la puerta. Además, con menos aparatos se piensa mejor : mi ideal sería una habitación vacía sin puerta ; dos ventanas desnudas, sin cortinas, en las que se retuercen dos cruces endebles, invalorables para tipos de cielo como el de temprano a las cuatro ; o al anochecer, cuando delgadas lenguas viperinas color rojo sisean siguiendo al sol, ( mis dedos ya se doblaban en ese sentido ).
( Una cosa más para explicarme : vivo de los honorarios de mi máquina de escribir. Casi siempre, dulces insignificancias : colaboraciones para diarios ; conversaciones. En el Gran Brehm existe el término Menageriebild , unas diez especies animales que aparecen juntas y relajadas en medio de un paisaje paradisíaco : es así como compongo mis articulitos, ' De los sabios que tienen esposas malas '. A lo sumo, algún programa nocturno serio, ' Fouqué y sus contemporáneos '. ¡ No es una profesión agradable !) .
Así que sentarse, y observar con ojos abiertos los canteros de pensamientos. ( Adelante, delante de mí, se mueven las agujas del reloj ; soy anticuado y valoro los relojes toscos como tubérculos, en cápsulas para montañistas, pendiendo de una cadena de metal ) . La pared blanca, como siempre, me miraba con calma; con calma ; - calma. Con. - - ( Ese punto grueso y lustroso en la cerradura era el extremo de la vara de la llave ; muy lustroso. Tan lustroso que molestaba, en realidad ; decidí que al día siguiente lo cubriría con un círculo de papel ) .
Silencio. Lejos, en el campo, se oía el alboroto débil de un tractor. Una nariz tenía, como un ornitorrinco. Y la pared era paciente, como sólo una piedra ; de y a la piedra - pero había algo que no estaba bien. ¿ Yo fruncía la cara : ? : ¡ Ah ! ¡Ahí !
Con mucha suavidad, discernible sólo por el cambio en el brillo, giraba el punto gordo y reluciente de la cerradura. Giraba : ¡ y desaparecía !
Los cambios me entran cada vez más despacio. Suelo estar hundido hasta el pecho en la selva de los pensamientos y primero necesito hacer fuerza para salir, izarme hacia fuera con la ayuda de las manos - : ¡ y entonces la llave había desaparecido !
Salté hacia la puerta ; picaporteé y la atravesé de un tirón ; la cabeza hacia la derecha : ¡ nada ! ¿ La cabeza hacia la izquierda ? : ¡ ¿ no acababa de cerrarse allí la puerta de calle ? ! Di tres pasos ( mido un metro ochenta y cinco, tengo piernas largas ) - y alcancé a ver algo marrón que desaparecía por allá, entre los árboles frutales. Una mano superpoderosa me empujó : ¡detrás!
Cazar lo marrón : las ramas me dieron ración llena de sus habilidades como espadachines, Carte, Tierce, Indirecta de Segunda. Un sol amarillo y dudoso lo manchaba todo.
Precipitarse por tierras de labranza. Cien metros más tarde estábamos al borde de las rocas y mi presa marrón se arrojó de cabeza hacia los matorrales. Me desbarranqué por una pared ; se me ablandaron todas las articulaciones - diosmío, ¡ la velocidad seguía aumentando ! - rodé por regueros, quedé pegado al tronco de un pino ; y me levanté con los brazos extendidos : arriba resbalaba ; los arbustos golpeaban más salvajes ; me agaché y atrapé la gran pelota marrón con todo el cuerpo ; traía pegado el rostro de una muchacha de cabeza arenosa : nos sostuvimos así por un tiempo, y primero recuperamos la respiración.
Sentarse uno junto al otro. " Sí, la tengo " , admitió jadeando, sobre mi llave. El viento gimió una vez, sorprendido ; luego volvió la calma previa a la tormenta : altura mediana ; piernas delgadas ; rostro distraído. " Es que colecciono llaves - llaves famosas. De hombres de estado ; o profesores " . ( Entre medio, cada tanto, volvíamos a jadear, ? todos : juntos ' como dicen los españoles para coordinar una acción. ) " O de poetas ".
"¿ Usted dónde vive, en realidad ?" , se me ocurrió ; y ella señaló con la cabeza hacia la casita en la pendiente. Su tapado estaba tan raído como el mío y los zapatos, chuecos y gastados hasta haber perdido toda dignidad. " No lo creo; primero quiero verlo " . Caminamos en paz, uno junto al otro, hasta su vivienda : una habitación ; paredes blancas ; refugiada de Silesia.
Se movió incómoda entre los muebles pobres ; también trabó la puerta ; luego abrió un cajón : " Aquí " . Y, perturbado, vi los llaveros imponentes, en parte ya oxidados, cada uno con un cartelito escrito a mano : ? Llave del dormitorio de Greta Garbo '; ? la de Eisenhower ' ; ? Llave del estudio del Prof. Max Bense' . Su mano color marrón claro ahora sopesaba la mía ; titubeante, preguntó con la voz aguda y afónica de una bruja : " ¿ Puedo ? " .
Salir rápido. A escondidas, le pregunté a la granjera : "¿Quién es su inquilina en realidad? " . La gorda bruta asintió con toda su carne rojo-marmolada y rio : " Perdió todo en el Este, y se volvió críptica. No tiene a nadie ; es inofensiva. ¡ Pero hay que tener cuidado con las llaves ! ". - Volví a entrar, dudoso ; si hay una clase de personas que me atrae,son los coleccionistas : pasión y desconsideración ; dulzura y avaricia fatal.
Así que me acerqué a la marrón claro : la cabeza encajaba con mi pecho. Un nido de pelo grueso, en el que habría sido posible esconder diamantes ( ¡ y llaves ! ¡ En seguida se entusiasmó con la idea ! ) Comenzando los cuarenta : eso también iba bien. Nos miramos un rato.
" Bueno, puede quedarse con mi llave . . . ¡ si me da la suya! ". Ella levantó el rostro liso : " Ay " , dijo con inocencia, " es una cerradura de lo más común, no vale la pena " . Silencio. Respiré profundo, para que mis hombros se ensancharan en forma recomendable ( ? cazador furtivo en vestimenta color rojo-óxido ' , creo que decía antes ) : " No importa ; la quiero igual " , respondí en voz baja.
Primero miró la llave, luego a mí ; levantó la vista ; luego, de nuevo, hacia la llave sencilla. Un sonrojo lento y suave cubrió su cara. " Ah " , dijo, dudando. Miradas para uno y otro lado. " Pero si yo estoy loca " , objetó con debilidad. Rechacé brevemente con la cabeza ; además le prometí : " Yo consigo muchas llaves de poetas : ¡ los conozco a todos ! " .
Bajó la frente, entregada ; sus hombros aún dudaban un poco. Luego se balanceó lentamente hasta la puerta ; la quitó ; se me acercó. Con gesto avergonzado, clavó la llave en distintos lugares de mi abdomen ; primero pensativa ; luego, cada vez más radiante. Sus manos comenzaron a juguetear : pecho, hombros, más arriba, - ¡ cuello ! Yo también doblé los codos y apoyé las manos sobre sus omóplatos delgados.
" ¡ Ay, sí ! " , dijo más tranquila. Al trueque de llaves.
Traducción: Gabriela Adamo
ARNO SCHMIDT
Nacido en Hamburgo en 1914 y fallecido en 1979, Arno Schmidt es un escritor difícil de categorizar. Su lengua resulta irreductible: le interesaban las palabras raras, los neologismos, la plasticidad y el juego con los signos de puntuación (como puede comprobar el lector en el relato adjunto). Fue, además, un misántropo de importancia, aborreció del Tercer Reich y vivió en una aislada casita de madera donde fue hilando una tras otra obras totalmente personales. A pesar de su fama de intraducible, en español se conocen -además de Meteoro de verano- La república de los sabios, Momentos de la vida de un fauno, Corazón de piedra, El brezal de Brand y, en un mismo volumen de Minotauro, Leviatán (su primer libro) y Espejos negros..
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