Felicia
Allá en la casta apartada donde cantan las espumas el misterio de las brumas y los secretos del mar, yo miraba los caprichos ondulantes de las olas llorando mi pena a solas: mi consuelo era el mirar. Desde entonces en mi frente como un insondable enigma llevo patente el estigma de este infinito pesar. Desde entonces en mis ojos está la sombra grabada de mi tarde desolada: en mis ojos está el mar. Ya no tendré nunca aquellos tintes suaves de mi aurora aunque quizás se atesora toda su luz en mis ojos. Ya nunca veré mis playas ni aspiraré de las lomas los voluptuosos aromas de mis flores uruguayas.
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