La ciudad es de los pájaros

La ciudad es de los pájaros. De ellos es el atardecer rosado y espumoso. Sus alas baten un poder ancestral. Vuelos múltiples rasguñan el cielo ahora púrpura.
Los pájaros no son dioses ni humanos. No pierden monedas, no aman personas ni añoran viejas épocas. Simplemente, vuelan hacia ellas. Las levantan en pleno vuelo, las sacuden y luego las succionan de un voraz pío-pío. Su único tiempo es el presente, el de la tibieza de una ráfaga que les peinó las alas.
Las aves pían historias en rondas escurridizas. Una lleva un termo invisible bajo el ala y ceba a las demás mates de sol. Así chupan vientos de nadie -de ellas- y ríen de los hombres, pequeñas criaturas sin alas. Por las tardes pueden oírse los cuchicheos.
Su ausencia es el vacío. La ciudad les pertenece como una mujer locamente enamorada. Los pájaros suelen abandonarla de a ratos como un hombre histérico que juega a hacerse desear. La seducen, la pueblan, la encienden y se van. La ciudad sin los pájaros queda desnuda y en celo. Dueña de la peor soledad.
El irse de la bandada encierra un enigma. Rumbea a un horizonte efímero, a ese destino postergable, que en el fondo menosprecia. Sin embargo,no hay más que un deseo debajo de sus plumas: los cables de su amada ciudad. Solo posadas -todas las aves- sobre  ellos descansan anónimas para volver a volar.
J.T




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