Viaje al silencio
A una semana del casamiento, ella decidió suspender todo y hacer un viaje. Hacía tiempo, su profesor de yoga le había dicho que irse sola a la India callaría por completo su mente. Desde entonces, ella masticaba esta idea y deseaba cada vez con más intensidad este silencio.
Cuando el subte
frenó en Pueyrredón, inspiró profundo y mandó todo el aire a su abdomen. Miró
con ternura al joven del aro en la lengua a su izquierda, achinó los ojos y le sonrió a la
señora que la miraba desde el asiento de enfrente. Lento y suave se abrió paso
entre los cuerpos encastrados unos en otros. Miró su mano derecha que sostenía
su bolso y su abrigo. Volvió a inspirar y soltó todo.
Cada escalón en
dirección a la calle agrandaba su sonrisa. Las comisuras a ambos lados de su
boca se ensanchaban y esto dolía. Pero estaba sonriendo, casi sin darse cuenta.
Cada escalón la arengaba un poco más. Y cuando llego a la boca, vio la luz.
Se fue para siempre. Así empezó su viaje al silencio.
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