Frescura

Frescura
Pero el ruido del mar no se comprende, / se desploma continuamente, insiste / una y otra vez, con un cansancio / con una voz borrosa y desganada.... [Circe Maia, 1932]

domingo

Moraleja: [espacio vacio] II parte

-Roberto, te fuiste a Santa Rosa de Calamuchita! Mirá qué le contás al Doctor! Doctor, usted va tener que entender a mi marido. Rober es una persona que vomita una cantidad de palabras por minuto que no se calcula ni con una calculadora científica. A veces no entiendo cuando dicen que las mujeres son las que hablamos hasta por los codos. En casa, Robertito las cinco horas que esta "presente" -el resto del día trabaja, mira tele, lustra sus trofeos de natación o duerme- no hace otra cosa que hablar, hablar y hablar. Y sabe lo que más me molesta, Doc. Le puedo decir así, no? No se me ofende? Bueno, le decía que lo que me enerva la sangre es que el señor tiene lengua fácil para las pavadas, los chismes, o los comentarios de los partiditos de futbol que se juegan en el baldío de la esquina, pero cuando tenemos que hablar del asunto... chito la boca. Mutis por el foto. Tapa tapita. Qué me dice de esto, doctor? Sí, Rober, no me mirés así y hacete cargo. Como vos bien decís, acá hay gato encerrado. Lengua encerrada yo diría. Entre esos dientes que ya no resisten. Entre paréntesis: Roberto, es una vergüenza que me hagas sacarte turno con el dentista todos los meses y lo canceles a último momento porque te da miedo. Contale al doctor del cuiqui que te da el torno en vez de andar criticando a tu tía Genoveba, pobre que en paz descanse. Ah, claro! El señor viene a hablar de los demás, pero de él nada. Doc, yo no quiero ser alcahueta, la idea es que cada uno saque sus trapitos al sol, no? Así funciona esto? Usted vendría a ser una especie de tintorero chino, japonés, coreano que los plancha con esas planchas gigantes que echan un vaporazo que por momentos lo hace desaparecer. Qué buenas estan esas planchas, che. Me acuerdo que cuando era chica acompañaba a mi mamá a la tintorería y Lin Yú -nosotros le decíamos Jorge, él decía que lo hacia sentir más argentino- siempre, siempre me regalaba un almanaque, esos chiquitos con fotitos de gatitos, perritos, paisajes fabulosos... que dicho sea de paso, hace poquito me enteré que estan hechos en la compu. Si Rober, Julián -mi sobrino, doc- me contó que se hace con un coso que se llama fotochop o algo así. Son de mentira entendés? No sabés la desilusión que me dio. Años y años pensando que esos lugares fantásticos con cascadas fabulosas, arboles de color verde loro, frondosos y llenos de frutas, existían para venirme a desayunar que son de mentiritas... Mira lo inocentes que éramos antes que me acuerdo que en uno de los almanaques que me regaló Jorge había un tigre de bengala con las manchas violetas y yo pensé que en algún país de Asia o uno de esos, existía. Sí, Doc yo estaba segura, segurísima. Soñaba con el tigre de bengala con manchas violetas. Muy triste. Pero usted vio como son las cosas, a veces nos terminamos dando cuenta que vivimos un poco ciegos. O que lo que pensamos que vemos no es lo que creímos ver toda la vida. A pesar de eso, hay recuerdos que me gustan conservar intactos, por más que hayan sido espejismos o ilusiones ópticas. Como el de Jorge. Esos almanaques eran más que simples almanaques. Eran una filosofía de vida. Una concepción milenaria de los días, del paso del tiempo. Los ojos de Jorge así rasgados como granos de arroz escondía un misterio, un arte marcial. Porque no puedo dejar de decir, Doc -y esto Rober no lo sabe porque no se lo dije nunca-, Jorge para mi era... era... un gran misterio, todavía no estoy segura si era una persona de verdad, si tenía carne y huesos detrás de esa piel amarillo azufre. No se qué será de la vida de Jorge hoy, pero cada tanto sueño con él. Y sabe, Doc, hay algo raro en los sueños... Es como si Jorge fuera envejeciendo en mis sueños, a medida que pasan los años...

No hay comentarios:

Publicar un comentario