Frescura
sábado
instante
Vi la mosca,
vi tu vaso,
vi que estabas por apoyar el labio donde se posó.
Tu mirada, en esos pibes que fumaban en la esquina con rudeza.
Y estabas prácticamente besando a la mosca,
o su rastro –en vez de besarme a mí,
que estaba allí,
enfrente tuyo.
Y la televisión, y los parpadeos de la luz con su falso contacto,
y la cerámica de los pocillos que chillaba histérica,
Y quise avisarte, alertarte de algún modo eficaz.
Pero no había tiempo, eran milésimas de segundos.
De pronto la cámara lenta,
El tiempo se comenzó a estirar,
Y a estirar,
Y a estirar,
Y a estirar,
hasta cobrar la consistencia de un chicle masticado por horas.
Vos ahí enfrente, yo con un mensaje concreto, y mi boca vedada.
Entonces, mi mano actuó sola:
Bruta, cruzó la mesa
y se interpuso entre tu boca y el vaso.
Todo se frenó.
El beso fue torpe, pero necesario.
Y en un segundo, volviste al bar, volviste a la mesa, a tu silla, a tu cuerpo, a tu ojos.
Y con un guiño y media sonrisa,
todo volvió a la normalidad.
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