Frescura

Frescura
Pero el ruido del mar no se comprende, / se desploma continuamente, insiste / una y otra vez, con un cansancio / con una voz borrosa y desganada.... [Circe Maia, 1932]

sábado


Marta fue parte del saqueo. El martes a la mañana tomaba mate en la cocina cuando su sobrino Iván le dijo que prendiera la tele. Estaban saqueando el chino de la esquina. Iván está cansado de changuear y que no le alcance.  

José, el esposo de Marta, cumplía años esa noche y no había para el regalo. Marta pensó en cuánto le gustaría a José una botella de un buen vino, de esos que toma su patrón.

Iván se envolvió la cara con un pañuelo. Marta solo se sacó el delantal de cocina y se enjuagó las manos. Caminaron en silencio por la calle, el mirando al piso, ella con la mirada en los recuerdos. Se acordaba de la primera cita con José, en el bar de Julio: una cerveza con maní húmedo. El hacía barquitos con las servilletas y le contó que no conocía el mar; que su sueño era dar la vuelta al mundo, como Verne. Marta había ido a lo de sus primas a hacerse rulos en el pelo y a que la maquillen. Hacía mucho que esperaba la invitación. Se besaron en la esquina y caminaron de la mano hasta la casa de la familia de Marta. Desde ese día nunca más se separaron. 


Tía, tapate que te van a reconocer, le dijo Iván, mientras buscaba un palo entre unos escombros. Pero ella lo miró y no dijo nada. Cuando llegaron al mercado, Marta se acordó de cuando Iván de chiquito pisaba los hormigueros. Las hormigas se ponían como locas, entraban y salían de los túneles diminutos, escapaban con hojitas a cuestas, se cargaban unas a otras... así sucedía en el mercado, era la misma imágen.  

Entraron y pactaron encontrarse en 10 en la puerta. Iván fue para la heladera con carnes, Marta a la góndola de los vinos. Recorrió con el dedo los precios y se freno en el más caro. Leyó la etiqueta en voz baja, sonaba importante. Lo tomó por el cuello y lo guardó entre sus brazos fríos y sudados.

De golpe, la gente empezó a correr en una sola dirección. La cana, la cana. El caos se encrudecía segundo a segundo, la mercadería caía al piso como en el medio de un terremoto. Todos corrían como cegados, gritándose de una punta a la otra, agarrando sin mirar, a más no poder. Marta se paralizó, escucho la sirena de la policía  Vio pibitos del barrio caerse al piso y a sus madres levantarlos de los pelos. Vio ojos extraviados, venas en cuellos hincharse, vio a su vecina de 80 años golpearse la cadera contra un changuito y seguir corriendo.  

Tia!!!!!!!! Iván desde la puerta, agitando el pañuelo que antes llevaba en la cara, le gritaba con todas sus fuerzas. Marta empezó a correr. Hacía mucho que no corría, que sus piernas no cobraban velocidad y su piel no se bamboleaba de un lado a otro, conteniendo a sus músculos, que empezaban a endurecerse. 

Cuando estaba llegando a la puerta de vidrio, pisó una lata de arvejas y cayó hacia adelante. El vino rompió el vidrio, que al estallar cortó su arteria femoral en la pierna izquierda. En diez minutos, Marta murió desangrada. No hubo tiempo para nada. En el piso, crecía un gran charco rojo y violáceo. Lo último que se lo oyó decír fue: Iván, esta noche, saludá al viejo de mi parte. 


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